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Diru y Txori

Marcos, o Martín, o Marcelo, o a lo menos Mar y algo más era el nombre del primero. Al pasar de treinta años todos los demás, a no ser su anciana madre, le llamaban Diru (Dinero). Era hombre de semblante lindo, de cuerpo esbelto, meloso de palabra. Por el contrario, era tosco, flojo y taimado de corazón y de alma.

Mientras su madre era capaz de andar de trabajo en trabajo, a semejanza de una lanzadera de telar, nuestro muchacho vivía a gusto, comodamente.

Cuando a la madre se le acortó la vista, se le entorpecieron las piernas y se le debilitaron los brazos, comenzó el hijo a manifestar la flojedad, tosquedad, socarroneria y otros muchos defectos del alma que hasta entonces los tenia ocultos.

Aproximadamente un año soportó y sobrellevó la madre la ingratitud del hijo. Despues, la pobre se retiró al hospicio del pueblo. Allí, cualquier cosa le recordaba a su hijo, tanto el hombre flojo como el diligente, el guapo como el feo, mujer anciana como joven, bullanguera como callada. El uno le recordaba a su hijo porque no se le parecía, el otro porque tenía, bien sea la nariz, bien los andares o bien el semblante, semejantes a los suyos.

El hijo le visitó dos veces a la madre durante los cinco largos años que estuvo en el hospicio. Ni los lodazales ni los pantanos suelen vivir solos, pues se les juntan algunas hojas atraidas por el viento y las piedras arrojadas por mozalbetes. También este nuestro muchacho, después de haber pasado solo, de alguna manera, dos años, se casó, y en adelante anduvo de pueblo en pueblo, vendiendo peines, alfileres, cuchillos, tijeras y otras muchas chucherias.

En nada parecía vasco. Se hizo más pegajoso que la mosca en invierno.

En la lengua tenía mas adulación que muchos escritores en la pluma. En los pueblos de Bizkaya y Gipuzkoa le hicieron más dueño de apodos que de bienes, Kuku, Minlaban (adulador), Lamertzeres (este apodo parece que le pusieron en Ondarroa, por su esposa, porque el la llamaba La Mercedes), Peine fino y otros. A nuestro parecer, Diru era el apodo mas conocido. Digamos ahora, de que llegó a ser Diru.

Una vez, estando en un pueblo de la costa, llego un hombre que traía unos pájaros bonitos, como objetos de venta, el cual, si hubiera nacido ave, por lo menos hubiera sido milano, de ojos ribeteados, de garganta aspera, completamente deslenguado. La mayoria de los hombres del pueblo se le acercaron a este hombre a ver sus lindos pajarillos.

Los que con mas frecuencia se iban a él eran los indianos (americanos). Se habían fijado en un pájaro; pero no para llevarlo a casa, sino para saber que era. El uno decía que era sinsonte, el otro que era maracaibo. Para salir de esta duda se acercaron al de los pájaros. Juntamente con ellos fue nuestro Diru. Al preguntarsele que nombre tenía, el dueño contesto:

--Cuarenta reales--contestó el dueño.

Por segunda vez le pidieron el nombre los dos indianos; y el dueño les contestó que lo diría después de venderlo.

Entonces Diru le ofreció veinte reales por él. Hicieron el trato. El de los pájaros dijo que era Ave del Paraiso. Los indianos, tanto el uno como el otro, quedaron algo incredulos. Sin embargo, nada le contestaron.

--Buena le he metido--le decia por la noche La Mertzeres a La Mercedes--: por un duro falso tenemos un hermoso pájaro del Paraiso.

A poco de meter al ave en la jaula, se encamo él.

--Buena le meti --se decía a si mismo al día siguiente el de los pájaros.

A la mañana temprano, fue Diru a ver su avecilla y quedó admirado de lo que veían sus ojos: el pajaro sin pinta y el agua entre amarilla y azul. El ave, de Ave de Paraiso, se redujo a malviz.

Al día siguiente fue el de los pájaros, siguiendo la diaria costumbre, a beber aguardiente. Para pagarlo sacó el duro de Diru y el tendero se lo devolvió, diciendo que era falso. Cuando se vieron los dos taimados, despues de reirse con ganas, he aquí lo que resolvieron:

--Como recuerdo de este suceso, enviemos nuestras compras al lugar que les corresponde--dijo Diru--: el pájaro al monte, el dinero al agua.

--Bien dicho. Arroja tú primero el pájaro y después arrojaré yo el dinero.

--Vámonos en busca del pájaro --dijo Diru a la esposa, guiñandole el ojo, y se encaminaron hacía la posada.

A la hora, el uno soltó la malviz y el otro arrojó el dinero a la orilla del rio. Los dos tuvieron cuidado en mirar adónde cayó la moneda.

Antes de las dos horas cogió el del pájaro su malviz y se fue junto al río en busca del dinero. Para entonces, andaba ya Diru en este menester. El otro, al llegar a él,

--Amigo--le dijo--, me tenía por el más taimado del mundo, pero tú lo eres tanto como yo.

--¿Pues qué?

--¡Qué! Cuando has dicho que arrojemos el pájaro y el dinero, acepté tu parecer diciendo para mi capote: "Vienen bien", tú habras dicho otro tanto para el tuyo. Sin embargo, yo, por haber andado mas ligero, me he adueñado del pájaro y también me haré con el dinero, porque se adónde ha caido.

Cuando se supo este suceso en aquel pueblo costero, al del dinero le apodaron Diru, y al del pajaro Txori. A los quince días Txori vendió nuevamente la malviz, transformada en Ave del Paraiso, en la casa de un minero de Bilbao; y el duro le aceptaron en una posada.

Este bonito cuento, arreglado por mi, lo publiqué en Euskalzale el año 1899. No recuerdo, sin enubargo, ni en que pueblo ni de quien lo aprendi. ¿Habra sido en Lekeitio?

 

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